A UN AÑO DE MARÍA

bandera

El predicador decía que había que unirse en oración para que el huracán se desviará y aseguraba que no nos iba a azotar. Los ciudadanos de a pie se apoderaban de las tiendas a comprar salchichas, agua, baterías, gasolina y todas las cosas que se convierten en necesidad cuando se anuncia un huracán. Los políticos aprovechaban y hacían su mejor campaña de relaciones públicas diciéndole al pueblo cuan preparados estaban, recorriendo comunidades con camarógrafos y algunos hasta fungiendo como meteorólogos televisivos.

Eran demasiadas las emociones que se mezclaban, muchos los preparativos y era muy difícil darse cuenta real de lo que se avecinaba.  Según pasaban las horas y ya era evidente el azote del fenómeno atmosférico el predicador cambiaba su discurso optimista porque «Dios le había dicho que no interviniera», los políticos asustados luchaban entre ellos por el protagonismo y se podía percibir que no estaban seguros de estar «tan preparados» como habían dicho.  Mientras todo esto sucedía, cerca de 5 millones de puertorriqueños que viven en la diáspora veíamos con terror en la prensa internacional como el huracán María seguía aumentando de categoría y tan solo un milagro podría salvar de la devastación el terruño añorado .  Llegó el momento en que la ansiedad se convirtió en un ruido horroroso y ensordecedor para los que vivían en la isla y contradictoriamente en un silencio desesperante para los que habitábamos en el exterior.  De repente ya no habían memes del huracán en las redes sociales , ya no se escuchaban noticias, los políticos habían desaparecido de las luces de las cámaras, y el predicador se había hundido en el silencio y la oscuridad. Obscuridad y silencio que se prolongaron demasiado tiempo para los que lograron sobrevivir a María para descubrir que el Puerto Rico que hasta ese momento habían conocido ya no existiría más, o al menos para algunos.

Los millones de boricuas que vivíamos en la diáspora no habíamos recibido las lluvias, los vientos y la devastación, pero nuestros corazones y nuestros espíritus estaban llenos de desesperación al no poder comunicarnos con nuestros seres queridos.  Muchos intentábamos de todas las maneras posibles tratar de conseguir información de los nuestros mientras el desasosiego nos embargaba.   Según pasaban las horas, los días y las semanas y no sabíamos si nuestros seres amados habían sobrevivido, la desesperación se transformaba en un deseo incansable de tratar de ser un elemento de ayuda.  Muchos nos convertimos en enlace entre boricuas de la diáspora y los que estaban en la isla, nos organizamos para hacer recolectas, conseguir aportaciones, llenar vagones para enviar a nuestra patria y ayudar a nuestros hermanos boricuas.  En aquel momento, solo existía un Puerto Rico.  No había los que «no se quitan» y los «que se quitaron», «no habían los pecadores» y «los justos», no habían «los colonialistas» y los «anticolonialistas».  Solo había un pueblo que el dolor le encogía el corazón y no podía creer en la destrucción que veía ante sus ojos.  En ese momento, tuve fe de que «Puerto Rico se levantaría», de que «habíamos tocado fondo», y de que nuestro pueblo se iba a unir para solucionar muchos de los problemas que nos habían llevado por décadas a tener una tormenta tan o más destructiva que María y no nos habíamos dado cuenta de como sus «vientos» iban destruyendo poco a poco a «La Isla del Mar y El Sol».

Pasaban los días y las semanas y los políticos continuaban en las «relaciones públicas», se establecía el toque de queda, desaparecía la esperanza de que se restablecieran los servicios básicos en poco tiempo, comenzaban a escasear los productos de primera necesidad, la ayuda del norte tardaba, se condicionaba, se nos culpaba por lo que le costaría al Tío Sam, y silenciosamente se trataba de invisibilizar los muertos.  De nuevo comenzaban las divisiones, y mientras más nos dábamos cuenta del mal manejo de la crisis, más nos dividíamos como pueblo, se iba acabando la «ayuda de vecinos» que se dió luego de la tormenta, nos volvimos a convertir en tribus que no le importaban sus hermanos boricuas, si no el defender al político de su preferencia.  Ya el boricua de la diáspora dejó de ser de ayuda, y ahora era el «traidor que se quitó y que no tiene derecho a opinar de lo que pase en la isla».  Según veía todo esto suceder, se disipaba la fe que había tenido en que «Puerto Rico se levanta»  podía ser real, y no un «estribillo» creado en una agencia de publicidad con el fin de tocar nuestra fibra para genenerar millones de dólares que terminarían en gran parte en los bolsillos de amigos del gobierno, en contratos de publicidad, en vagones desaparecidos, y en fiestas y monumentos caros de recordación mientras miles de puertorriqueños siguen sin trabajo, se siguen negando nuestros miles de muertos y desde el cielo se ve un mar azul de toldos cubriendo viviendas a un año del ataque de María.

Han pasado 365 días del golpe del fenómeno de la naturaleza, pero esa tormenta solo fue una brisa fuerte que destapó el velo de la destrucción que llevaba dándose en «La Perla del Caribe» por décadas y que no parece detenerse.  El 20 de septiembre del 2017 solo fue un recordatorio de que ha llegado el momento de tomar las riendas de nuestro destino y que si no nos unimos y hacemos algo ya, las luchas tribales van a destruir lo poco que María no logró destruir.

«COMPARTE UN DÍA CON LA SECRETARIA»

Screenshot_20180908-143523_Facebook (1)

En la página oficial del Departamento de Educación de Puerto Rico aparece actualmente un anuncio que lee: «Comparte un día con la Secretaria.»  Cuando ví esta iniciativa me pareció interesante y hasta pertinente que en este momento en que se han cerrado tantas escuelas alegando falta de matrícula, pero por otro lado se están utilizando vagones ante la necesidad de salones y se van a construir nuevas escuelas, la Secretaria de Educación decida pasar «un día» con estudiantes del sistema de educación pública del país.  Al fin y al cabo «el centro» del Departamento de Educación de Puerto Rico debe ser el estudiante.  ¿Quiénes mejores que los propios estudiantes para expresarle a Julia Keleher los sentimientos de aquellos que día a día se tienen que enfrentar al hacinamiento dentro de los salones de clases, a la falta de materiales para cumplir cabalmente con su proceso de aprendizaje, a la falta de recursos humanos porque «el Departamento no los ha nombrado todavía», al ausentismo de maestros en muchas ocasiones por las condiciones laborales a las que son sometidos, al «bullying» del que son objeto por ser diferentes en un sistema que elimina la educación sobre perspectiva de género?  Bajo todas estas circunstancias la iniciativa del Departamento de Educación de invitar a través de su página oficial a «pasar un día con la secretaria» parece una idea genial y necesaria, pero para ser seleccionado a estas «reuniones» hay que cumplir unos requisitos y el que encabeza la lista es «Promedio académico de 2.50 o más».  Fui maestro dentro del sistema de Educación Pública de Puerto Rico durante 18 años y de esos, 17 fueron como maestro dentro de la Unidad de Escuelas Especializadas del Departamento de Educación.  Aunque estaba en desacuerdo con el requisito de tener 2.50 o más de promedio para poder ser admitido a una escuela especializada, el hecho de que un estudiante de una escuela especializada tiene una carga académica doble comparada con un estudiante de una escuela regular, podía entender el requisito del promedio mínimo de 2.50 para ser admitido a una escuela especializada.  En el caso del «Día con la Secretaria» no entiendo porque la lista de requisitos es encabezada por «Promedio Académico de 2.50 o más.»  ¿Es que acaso solo los estudiantes «de 2.50 o más» tienen preocupaciones y necesidades que expresarle a la Secretaria de Educación Julia Keleher?  ¿Solo estos estudiantes «privilegiados» tienen la capacidad para reunirse con la cabeza del sistema de educación pública del país?  ¿Acaso los estudiantes con promedios menores a 2.50 no son de importancia para el Departamento de Educación Pública de Puerto Rico, o es que sólo los estudiantes con «promedio académico de 2.50 o más» merecen estar al lado de la secretaria de educación.? Cuando uno continúa leyendo los requisitos para ser parte de esta actividad nos encontramos con que el último requisito en la lista es escribir un ensayo en el que se explique «¿Qué te motiva a querer estar un dia con la Secretaria?», o sea, que lo que debe ser el requisito más importante de esta iniciativa es colocado en último lugar entre la lista de requisitos.  ¿Es que acaso esta iniciativa es parte de una campaña de relaciones públicas para limpiar la imagen de Julia Keleher?  Si no es así, invito a la secretaria de educación a que visite las escuelas más a menudo y abra el espacio a escuchar estudiantes del sistema de educación pública del país de todos los niveles socioeconómicos, de todos los niveles de aprovechamiento académico, de todas las ideologías espirituales y políticas, y de todas las diferentes vertientes de género.  De esta manera esta actividad se convertiría en un ejercicio pertinente y no sería otra estrategia de relaciones públicas del gobierno a la que solo tienen acceso los más privilegiados.